martes, 6 de octubre de 2009

COMO SIEMPRE, TODO PARA EL FINAL (1ª PARTE)

Ese verano había estado trabajando unas semanas en una isla balear. La cosa transcurrió sin pena ni gloria. Alguna fiestecilla por aquí, y un poco de playa por allá cuando tenía ratos libres. Junto a un compañero, tenía algunas amistades en la isla y bueno, salíamos en pandilla, todos muy amigos y todos muy majos.

Sin saberlo, una de las chicas del grupo se había fijado en mi. Como suele ser habitual en los hombres, no me dí ni cuenta, quizás porque ella era del tipo de personas que pasaba más bien desapercibida.

Valiéndose de algún tipo de excusa, Elena consiguío la forma de hacerse con mi número de teléfono y me llamó. Yo extrañado respondí a aquella llamada sin saber quien era:

-Hola
- Hola ¿Sabes quien soy?
- Pues no.
- Soy Elena.
- ¡Ahhh! ¿Que tal?
- Bien. Te llamaba para saber de tí.
- Pues nada, aquí trabajando ¿y tú?
...

Así continuó la conversación. Al poco tiempo me dí cuenta de que estaba llamandome a escondidas de todo el mundo y de modo soterrado para saber mi opinión sobre la gente del grupo, concretamente sobre las chicas. La impresión que me dío era que la tía se había pillado conmigo e intentaba saber si me gustaba alguien de la pandilla o si estaba tonteando con alguna. Pudo darse cuenta de que sí, que andaba tirándole los trastos a una chica, pero ella no me hacía mucho caso.

Al cabo de unos días las llamadas de Elena se habían convertido en algo habitual. En las largas conversaciones que teniamos, se dedicaba a criticar encarnecidamente a las que, se supone, eran sus amigas del alma. Me percaté que con esa actitud quería influir en mi inconsciente y quitar de enmedio a todas las posibles rivales.

Al final acabamos quedando una noche los dos solos. Como nadie sabía nada de nuestra cita (luego me enteré de que ella tenía novio), después de recogerme en un lugar discreto con su deportivo último modelo, me llevó al otro extremo de la isla para asegurarse una cierta intimidad y que la posibilidad de coincidir con alguien conocido fuera mínima. Cenamos en la terraza de un restaurante, que estaba colgado literalmente de un pequeño acantilado sobre el que rompian las olas, un lugar francamente espectacular.

La cena resulto muy agradable, aunque la tónica de las conversaciones seguían por el mismo camino, osea, ella contándome los misterios y miserias de todas sus amigas. No obstante, todos tenemos un cierto espíritu cotilla en nuestro interior y, para que mentirnos, me estaba divirtiendo mientras ella las despellejaba sin piedad. Terminamos la velada sentados enfrente de una cala, comtemplando el cielo y el mar, y charlando de cosas más livianas. Me llevo hasta mi coche y nos despedimos con un inocente beso. Se puede decir que la cosa quedó en puntos suspensivos....

Faltaban tres días para que me fuera de la isla y esa tarde la tenía libre, así es que aproveché para dejarme caer por la piscina del hotel. Situada en la azotea del edificio, tenía una pequeña terraza donde los guiris aprovechaban para hartarse de cerveza hasta ponerse ciegos. Después de un chapuzón, cuando me dirigía a la tumbona, escuche una voz que me llamaba desde la barra. Era una chica finlandesa que se alojaba en el hotel y con la que había entablado cierta amistad. Me acerqué a saludarla y durante un rato charlamos sobre las cosas acaecidas los últimos días. Mientras yo me afanaba en destrozar a conciencia el idioma de Shakespeare, otra muchacha me observaba detenidamente sentada en una silla, un par de metros a mi izquierda. Llegado un momento me interrumpió y me dijo, oye, que bien se te da el inglés. Yo gire la cabeza sorprendido porque, primero, no pienso que se me dé nada bien y, segundo, pensaba que esa chica también era extrajera por su aspecto.

Era una chica entre rubia y pelirroja, de más de 1,70, con unos grandes ojos marrones y la piel más bien clara con algunas pequitas en los pómulos. Su nombre, Lara, y su procedencia: el centro de la península. No sé como, nos enrollamos a hablar y mi amiga finlandesa aburrida por la empatía que había entre los dos y sin enterarse de nada de lo que hablabamos, acabó por marcharse.

Al día siguiente cuando yo regresaba de trabajar, nos volvimos a encontrar "por casualidad" en la recepción. Ella estaba sentada en la terraza de la entrada con un pareo y la parte de arriba de un bikini amarillo que dejaba intuir sus deliciosas tetas y sus firmes pezones. El coche que me traía del trabajo me dejo en la esquina de la calle y venía muy acalorado con la pinta de pseudo-pijo que me obligaba a aparentar mi puesto de trabajo de entonces. Me paré enfrente de Lara y, mientras le decía "hola", le dedicaba una gran sonrisa a la que ella me correspondió.

Enseguida me invitó a sentarme con ella y tomarme una cerveza. Yo solté el maletín en la silla y me senté con un suspiro de alivio que quería decir: "al fin he terminado mi jornada". Me sentí bastante bien con su compañía y la invité a que cenara conmigo. Subí a mi habitación, me di una ducha y me vestí más acorde con mi forma de ser.

Al encontrarnos en la recepción ella dijo:

- Buf, que cambio, no pareces la misma persona.
- Sí, bueno, las pintas que traía son "exigencias del guión".
- ¿A donde vamos?
- No sé, vamos a caminar un poco por esta calle y nos sentamos en alguna terraza. ¡Sí será por restaurantes!

Así lo hicimos y cenamos en un sitio cerca del hotel donde un fresquito vino rosado nos ayudó a encontrarnos más agusto aún. Me contó que había salido de una larga y tortuosa relación hacía unos meses y que ese verano había decidido venirse sola de vacaciones a la isla. Lo pasamos genial, nos reimos mucho y contamos un montón de anecdotas y batallitas. Después de la cena, me retiré al hotel porque estaba francamente agotado de una día interminable y ella se bajó a dar un garbeo por el paseo marítimo.

Era mi último día en la isla y cuando por la mañana iba al trabajo no tenía ni puñetera idea de las cosas que iban a suceder durante las siguientes horas...

A media mañana recibí la llamada de Elena. Parece que, al ver que me marchaba de allí, no quería dejarme escapar sin pegarse un polvo conmigo. Después de andar mareándome durante semanas, cuando me llamó esa mañana, empezó a hacerme insinuaciones, en las que me preparaba para lo que podía suceder esa noche.

Un poco más tarde de las ocho de la tarde, después de otro día liadísimo, llegué al hotel. Subí directamente a la piscina donde sabía que estaba Lara, ya que le tenía que dar una cosa de mi trabajo que el día anterior le prometí que le conseguiría. Allí estaba ella, en top less, apurando los últimos rayos de sol de la tarde. Se levantó y se cubrió pudorosamente los pechos con un pareo. Perdimos la noción del tiempo mientras hablábamos y me daba las gracias una y otra vez por lo que le había entregado. Me dí cuenta de que se me hacía tarde, pero la verdad es que me costaba separarme de su lado. Al final le dije:

- Lara, tengo que marcharme, que he quedado.
- ¡Vaya! Que pena, me gusta mucho tu compañía.
- Ya, pero tengo que ducharme y cambiarme.
- Bueno ¿me puedo tomar una cerveza en tu habitación mientras te duchas?
- Sssss, esto sí, claro, co... como no. (contesté sorprendido)

Bajamos a mi habitación. Yo ya tenía hechas las maletas, porque al día siguiente tendría que cargar el coche y coger el barco a eso de las 8. Le dí una cerveza del mueble bar y me metí en la ducha. Cuando salí de ella, me puse unos boxer y abrí la puerta del baño para poder hablar con ella mientras me terminaba de preparar. Enseguida ella se asomó por el marco de la puerta y yo la pude ver a través del espejo. Cuando me giré para salir, se acerco a mi, me agarró el culo y apretándome contra ella, acercó su cara a la mía y me susurró al oido:

- Anda, que pena que te tengas que ir, sino te iba a hacer un buen favor.
- ¿Ah sí?
- ¡Siii!
- Ya, lo siento pero, de verdad, ya llego tarde.
- Bueno, si no terminas muy tarde con esa chica, llamamé.
- ¿Como sabes que es una chica?
- Hombre, si fuese un amigo, seguro que no te importaría tanto llegar tarde.
- Buf, que cabrona, ¡como te has dado cuenta!

Así, pegada a mi y clavandome la mirada de sus grandes ojos siguió:

- Te lo digo en serio, si no terminas muy tarde, llamamé. Yo estaré aquí en el hotel.
- ¿De verdad?
- Si, llamamé.

Yo no salía de mi asombro. No había ligado nada en todo el tiempo que había estado allí y ahora, precisamente el último día, tenía dos oportunidades más que claras. Lo cierto es que la decidida insinuación de Lara me había removido los cimientos pero, recobré el aliento, y bajé a cenar con Elena a un restaurante del paseo marítimo. Lo cierto que cenamos a toda prisa y hablamos con bastante franqueza. Estabamos deseando acostarnos, así es que ni siquiera pedimos postre.

Elena medía en torno al 1,60, su pelo era castaño, ojos marrones oscuros y un cuerpo muy bien propocionado. Era muy elegante vistiendo y su forma de comportarse en general era la de una niña "bien" de buena familia.

Subimos a toda prisa a mi hotel. Ya en la habitación, comenzamos a devorarnos a besos y a desnudarnos el uno al otro de una forma un tanto salvaje, con la impaciencia de la inminencia de disfrutar algo largamente deseado. Una vez ella se había quedado en braguitas la agarré por sus muslos y la subí en volandas encima de una mesa mientras continuábamos besábamos con mucha pasión. Le separé las piernas con mis manos, me arrodille y, apartándole delicadamente las bragas, hundí mi cara en su mojado coño. Me quedé ahí saboreándolo durante un buen rato mientras ella daba gemidos y se retorcía a cada maniobra de mi lengua. Se corrió agarrándome la nuca y aprentándo aún más mi cabeza contra su entrepierna.

Después de eso nos dirigimos dando tropicones a la cama. Allí Elena me agarró la polla y comenzó a jugar con su lengua. Yo no podía dejar de observar la escena y clavaba mis ojos en los suyos, que desprendían vicio y deseo. Cuando consideró que mi polla estaba más que preparada, subió y se fué hundiendo encima de ella. Su sexo pequeñito y mojado se metía mi polla muy despacio. Lo que al principio eran movimientos lentos, pronto se convertieron en fuertes vaivenes de su culo que subía y bajaba cada vez con más fuerza. Cuando estaba retorciéndose como una posesa, la cogí fuerte por las caderas y me la quité de encima con un brusco movimiento. La puse encima de la cama y ella abrió sus piernas ofreciéndome su coño. La penetré con mucha fuerza y los dos soltamos un gran gemido de placer. Así, entre besos, caricias y miradas de vicio, follamos un buen rato hasta que, primero ella y después yo (casi enseguida) nos corrimos brutalmente, fundiendo nuestro sollozos en uno solo.

Exhaustos, nuestros sudorosos cuerpos yacían encima de la cama, con las respiraciones aceleradas por el esfuerzo. La verdad es que lo pasamos bastante bien. Cuando le hice la típica pregunta de ¿qué tal?, ella me contestó con un inquietante: "tan bueno como para echarte de menos". Eso me dejó perplejo y pensativo pero, a la vez, me sentí muy halagado..

Eran la casi la 1 de la noche cuando Elena salía de mi habitación con su típico andar decidido. Nos despedimos con un simple "adios" porque los dos sabíamos que era muy improbable que nos volviesemos a ver, al menos de forma inmediata.

Ya solo, me metí en la ducha para refrescarme y al salir, casí como por un acto reflejo, cogí el teléfono y le envíe un somero mensaje a Lara: "¿Qué tal?". Un minuto después sonaba mi teléfono, era ella.......

(CONTINUARÁ)

1 comentario:

  1. Pero qué arte tienes!!!!

    Acabas de conseguir que viva el relato como si en todo momento hubiese estado a vuestro lado.

    No se puede describir mejor cada escena, cada detalle toma forma en mi imaginación y he disfrutado tanto la lectura que sólo me ha faltado meterme en la cama con vosotros.

    Espero impaciente.

    Besos

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