martes, 13 de julio de 2010

EL MOMENTO

Las seis de la tarde; un escueto mensaje en el móvil:


- ¡Hola! ¿Me podrías dar un masaje hoy?

Me apresuré a contestar:

- ¡Sí, claro! ¿A qué hora te viene bien?

Llevaba varios días sin verla y, aunque parecía lo mejor para los dos, ciertamente la echaba de menos. Tardó como una hora en contestar:

- A eso de las 22:30 ¿Te viene bien?

La verdad es que a esa hora me daba muchísima pereza. El día había sido durillo y estaba tirado en el sofá intentando descansar; aun así, le conteste con un tácito:

- “Ok”, te espero.

A eso de las ocho comencé a ponerme las pilas. Recuperé la postura vertical, me fui a la ducha, cené algo y me puse a prepararlo todo… encender la chimenea, sacar la camilla de masajes, poner algo de incienso a quemar y dejar un CD de música relajante en el equipo de música. Volví a sentarme mientras miraba el reloj con cierta impaciencia e intentaba no amuermarme más de lo que ya lo estaba.

Al fin, cinco minutos antes de la hora que me dijo sonó el telefonillo:

- ¡Hola!

- Soy yo.

- ¡Sube!

Le abrí la puerta y, después de saludarnos con dos besos, le pregunté inmediatamente:

- ¿De verdad que necesitas el masaje?

Ella sonrió y me contestó:

- No, solo era una excusa para verte, jejeje.

Apenas pude reaccionar en ese momento a lo que me acababa de decir, pero un pequeño escalofrío recorrió mi interior.

- Bueno, ahora, mientras te quitas la ropa, yo me voy a preparar, tápate con esta toalla que enseguida vuelvo.

Cuando regresé al salón ella estaba tendida encima de la camilla tapada tal y como le había dicho. No dejaba de despertar dentro de mí un sentimiento de ternura con su expresión y su sonrisa cálida, pero yo me intenté comportar de la forma más profesional, como si fuera una desconocida y tuviera como una de las mayores prioridades el preservar su intimidad. Así no apuré con mis manos el final de sus piernas y cuando tuvo que darse la vuelta me esmeré en no ver sus pechos y dejar bien tapado su estupendo trasero.

Cuando seguí trabajándole la espalda mantuvimos alguna breve conversación sin trascendencia ninguna para no romper el estado de relajación que debía de crear en esos momentos. La luz era tenue, la música “chill-out” sonaba a volumen más bien bajo y la chimenea ardía lentamente mientras crepitaba dando un tono cálido a la estancia llenándola de sombras misteriosas.

Pasada una hora, en la que me quise emplearme a fondo para hacerlo más o menos bien, la tapé por completo y acerque mis labios a su cara para susurrarle apagadamente:

- Espero que te haya gustado. Ahora, relájate un par de minutos y cuando te quieras levantar, hazlo despacio ¿vale?.

Ella apenas acertó a asentir levemente con la cabeza mientras se le entrecerraban los ojos, lo cual me indicó que el masaje había sido de su gusto y le había relajado.

Con paso fatigoso, me dirigí a la cocina para beberme un par de vasos de agua y así recuperarme un poco del esfuerzo. A continuación y casi automáticamente mis huesos fueron buscando la comodidad del sillón y me senté para recobrar el resuello y cual fue mi sorpresa cuando levanté la mirada y la clavé en sus ojos que me observaban fijamente desprendiendo un brillo como no había visto antes. Aquella expresión me hipnotizó y otra vez algo recorrió mis entrañas. Estaba realmente espectacular tumbada en la camilla boca abajo y arropada tan solo por la toalla que se resbalaba por su hombro derecho dejando de nuevo su espalda al aire.

Nos mantuvimos así un par de minutos mientras intercambiábamos una conversación llena de insinuaciones que acabó cuando ella acercó su mano a la cara y me ordenó con su dedo que me acercara. Me levanté medio flotando y muy lentamente sin apartar mis ojos de los suyos busque sus labios.

Nos fundimos en un largo y apasionado beso. Las caricias eran suaves pero llenas de deseo. La excitación crecía por momentos y mis manos volvían a buscar su cuerpo, pero esta vez con otras intenciones. Paramos un momento y me quité la camiseta mientras ella aprovechaba para llevar sus manos a mí culo y apretarlo fuertemente. Luego sujetó la cintura de mi pantalón y poco a poco lo fue bajando hasta la altura de mis muslos. Mi erección era evidente bajo los boxers y no tardó en acariciarme, lo que subió mis pulsaciones y entrecortó mi respiración.

Se incorporó ligeramente sobre sus codos y sacó mi polla de ahí dentro. Estaba mojadísimo, y después de agarrármela con las dos manos y dedicarme unas cuantas caricias se la acercó al rostro para empezar a pasarme la lengua de arriba abajo. Yo solté un profundo sollozo y arqueé el cuerpo y la cabeza hacia atrás sintiendo como me devoraba y como su saliva sustituía mis flujos corporales. Cuando dejó de chuparme, creía que la polla me iba a explotar. Ella sin dejar de tocarla, se la sacó de la boca y continúo pasándole la lengua mientras me miraba fijamente con expresión de vicio total.

Rodeé la camilla y le quite la toalla de encima. Ahora su cuerpo se mostraba ante mí con todo su esplendor. Sus largas piernas, su bonita espalda y sobre todo, su apetitoso y espectacular culo que tanto me gusta estaban a mi entera disposición. Aproveche lo que quedaba de aceite del masaje y acaricié todos los rincones de su piel. Ella, sin perder la postura boca abajo, se retorcía de deseo y gemía cada vez más fuerte. Al fin hice que se diera la vuelta, enganché el tanga y se lo quité de forma brusca. Miré fijamente su hinchado y húmedo sexo que en ese momento deseaba con todo mí ser, y sujeté sus rodillas para abrirle las piernas llevando mi cabeza a sus ingles, donde empecé a pasar la punta de mi lengua. Subí la mirada y pude comprobar el gesto de placer que se dibujaba en su rostro y entonces hundí mi boca en su coño. Ella dio un respingo de gusto y enseguida agarró mi cabeza para apretarla más contra su cadera. Yo aceleré el ritmo de mis lametazos y me deleité saboreando sus flujos que se mezclaban deliciosos en mi boca y chorreaban por mis labios.

Cuando creí que ya había tenido lo suyo, subí rápidamente a besarla y, justo cuando llegué a su altura, agarré sus muslos y la penetré con un fuerte y seco golpe de mi cadera. En ese momento ambos soltamos un profundo gemido que nos hizo dejar de besarnos por unos momentos pero, enseguida volvimos a juntar nuestros labios, esta vez con más fuerza. Después de unas cuantas embestidas ella no tardó en correrse moviendo compulsivamente todo su cuerpo. Toda la excitación, todos los preliminares, el largo masaje anterior, todo se desató en unos increíbles momentos de climax. Cuando decayeron los movimientos, dosifiqué el ritmo y la intensidad de mis embestidas y todo se calmo por un corto espacio de tiempo.

Empezamos a besarnos de nuevo con pasión y nuestras caderas despertaron de su corto letargo. Ahora era ella la que tomaba la iniciativa y sin sacarse mi polla de dentro se subió a horcajadas encima mío, dejando sus piernas colgando por los lados de la camillas. Llevo sus manos a mí pecho y apoyándose fuertemente sobre el comenzó a moverse arriba y abajo metiéndose y sacándose mi verga. De vez en cuando, cuando la tenía metida del todo, describía círculos con su culo lo que provocaba en mí una excitación aún mayor si cabe. Me incorporé para poder alcanzar sus firmes tetas y comencé a succionar sus pezones, lo que parecía gustarle, así que los mezclé pequeños mordiscos y generosos lametazos con mi lengua.

Sentía que no podía aguantar más y decidí volcarla de nuevo sobre la camilla, al tiempo que hice que abriera más sus piernas. El ritmo de nuestros movimientos se fue acelerando gradualmente y entre retorcimientos, caricias y besos llenos de deseo alcanzamos un ritmo frenético de encontronazos de nuestras pelvis. Su coño no dejaba de secretar humedad y calor y mi polla estaba bien dura y dispuesta para explotar. En esta situación no tardamos en alcanzar el éxtasis corriéndonos a la vez de una forma brutal mientras nos abrazábamos y nos apretábamos fuertemente entre los espasmos que irremediablemente se producían por todos los rincones de nuestros sudorosos cuerpos.

Acabamos en el sofá, desnudos como estábamos, exhautos y acurrucados debajo de una manta mientras la música dejaba de sonar y daba paso al sonido de la leña quebrándose con ritmo monótono. Nuestras caras no podían dejar de reflejar una amplia sonrisa y un sentimiento de satisfacción y plenitud. Al rato la cosa se empezó a animar de nuevo, pero eso, es otra historia…

viernes, 30 de octubre de 2009

COMO SIEMPRE, TODO PARA EL FINAL (2ª PARTE)

(CONTINÚA DESDE LA 1ª PARTE)

...No pude evitar que se acelerasen mis pulsaciones cuando el teléfono comenzó a sonar. Respiré profundo antes de descolgar y, cuando lo hice, susurré un sugerente y tierno:

-¡Holaaa!
- Hola
- ¿Qué tal?
- Nada, aquí en la recepción, tomandome algo.
- Aha. Yo estoy ya en la habitación.
- Entonces esa chica que acaba de salir, era tu cita ¿no?

Me entro cierta vergüenza y tardé varios segundos en contestar...

- Mmm, sí.
- Tenía buena pinta.
- Osea ¿qué la has visto bien?
- Pues sí, me he fijado bien en ella.

Se acababa de desmontar la posibilidad de contarle una coartada del tipo "no ha pasado nada" o "solo hemos cenado y tomado una copa". A pesar de que no le debía ninguna explicación, no pude evitar sentirme un pelín mal con el asunto, pero casi sin tiempo para pensar me dijo:

- Oye ¿por qué no te bajas a tomar algo?
- Sí, dame un minuto que me vista...

Según terminé esa frase, me volví a dar cuenta que había metido la pata y pense: "¡Joder!" ¿Como puedo ser tan tonto? Ahora sí que le acabo de confirmar que me he acostado con ella". Por algún motivo que desconozco, no podía evitar ser de lo más natural con Lara, como si fuera mi amiga desde hace tiempo.

El minuto, en realidad fueron cinco. Bajé a la recepción y Lara estaba sentada con el recepcionista de noche. Un hombre de unos sesenta años, simpático el tío y un auténtico alcahuete, que sabía y cotilleaba todos lo movimientos de cada huesped del hotel. De cachondeo le llamábamos "Gila", porque se parecía bastante al de los chistes.

Cuando me senté estaba un poco rojo de la vergüenza que me daba el que me hubiera pillado tan "in fraganti". Encima, según me sente, ambos me recibieron con una amplia sonrisa pícara y un: "¿qué tal machote?; lo qué aumento varios grados la tonalidad enrojecida de mis mejillas. Aún así, no pude contener que se me escapará una sonrisa y un resoplido que, una vez descubierto, solo confirmaba que efectivamente me lo había pasado muy bien.

"Gila" me dijo "¿qué tomas?". Le pedí una copa de ron y enseguida se puso a servírmela. La verdad es que en ese hotel éramos como una pequeña familia. Los guiris iban y venían cada semana, pero había unos cuantos huéspedes que llevábamos allí un tiempo y nos conocíamos más o menos bien.

Ya con mi copa en la mano, charlamos los tres animadamente durante un rato y cual fué mi sorpresa cuando, aún estando acompañados, Lara seguía tirándome insinuaciones. El momento crucial fué cuando "Gila", dándose cuenta de la situación, miró el reloj y dijo: "oye, ¿por qué no os subís a la piscina de la azotea? Yo os dejo las llaves. Además, eché el cloro a la nueve y media, cuando se cerró, así es que os podéis dar un baño sin problemas, que ya no es peligroso". La verdad es que, en ese momento, le habría hecho un monumento a ese hombre. ¡Qué tio más grande! Notó que yo, a pesar de los trastos que me estaba tirando Lara, no reaccionaba porque aún estaba colapsado con la pillada que me habían hecho, y él concretamente más que nadie, que me había visto subir con Elena tres horas antes. Como se suele decir, más sabe el diablo por viejo que...


Lara se levantó de la silla como un resorte y me cogió de la mano mientras me decía: "!Vaaamos!". No me lo podía creer. Ella estaba totalmente dispuesta a pillarme y no le importarba nada de lo que había ocurrido antes. "Gila" nos dió la llaves de la azotea y cogimos el ascensor entre risas. Ya en la piscina, a oscuras y con una espectacular vista de la zona, empezamos a desnudarnos para darnos un chapuzón. Ella se desvistió con total naturalidad y pronto se quedó en tanga, dejándome ver sus bonitos y firmes pechos que, aunque ya los había visto fugazmente, en este contexto, me excitaban mucho más. Me acababa de quitar el pantalón y, en ese momento, nos miramos fijamente y nos quedamos totalmente en silencio. Avanzamos lentamente el par de pasos que nos separaban y, sin dejar de clavarnos las miradas, nuestros labios se juntaron a cámara lenta, como intentando alargar lo máximo posible ese momento.

Después de que nuestras bocas se tocaran, comenzamos a unir el resto de nuestros cuerpos. Así, sus pezones se acercaron a mi pecho, sus caderas se atraían irremediablemente con las mías, sus piernas rozaban y acariciaban mis muslos. Nuestras pieles estaban erizadas por el deseo y por la ligera brisa marina de la noche. Pronto lleve mis manos a su cintura y la apreté contra mí. En ese momento nuestros sexos se restregaron por debajo de la ropa interior llena de humedad. Lleve las yemas de mis dedos por detrás de sus brazos, rozándolos suavemente y tras unas cuantas subidas y bajadas, los dirigí a su exuberante culo. La agarré fuerte y dejé de besarla para clavarle mi mirada y apretarla fuertemente contra mi, mientras que mis labios le decían: "te deseo...". Ella soltó un sonoro gemido mientras se separaba de mi. Comenzó a sobar mi erección por encima de los boxer y me dijo: "uffff, como me gusta lo que tienes aquí...". Esa mirada de vicio, esa mano recreándose en mi polla y esas palabras hicieron que la respiración se me acelerase.

Nos sentamos a horcajadas en una de las tumbonas y de esta manera comenzamos a meternos mano. Yo no tuve más que utilizar un par de dedos para apartar el minúsculo tanga y dejar su rosadito y mojado coño expuesto al aire. Lara metio su mano a traves del elástico de mis calzoncillos y acaparó todo lo que había debajo. Después me dijo: "vamos, quitate esto, que la quiero ver...". Me puse de pie y me los quité muy despacio, para aumentar su expetación. Enseguida comprobé como las pupilas de Lara se dilataban y sus labios soltaban más saliba, que la muy cachonda secó lamiéndoselos.

Mi erección se presentaba a pocos centimetros de su cara y su impulso fúe ir a agarrarla con las dos manos. Yo, retrocedí un paso y le dije:

- ¡Ehhh! ¿Qué pasa? ¿La quieres ya?
- Mmm...¡sí!
- ¿Donde?
- La quiero dentro de mi boca. Voy a comertela entera cabrón.
- ¿Ah, sí? ¿Y tú crees qué me lo merezco?

Lara me miró y haciendo una mueca me contestó:

- No lo sé. Has sido muy malo, pero ahora voy a serlo yo, te voy a hacer sufrir.

El tono en lo dijo y la mirada que puso causaron en mi un fuerte escalofrio que bajó desde mi nuca hasta mis tobillos. La descarga de adrenalina fué tremenda y no pude hacer otra cosa que quedarme paralizado. Ella gateo por encima de la tumbona y, cuando estaba pegada a mi, me propino un mordisco en la ingle que me hizo saltar. Luego, sin utilizar las manos empezó a darme chupetazos por el pubis, las ingles y bajo hasta mis huevos. Siguió jugando con su lengua subiéndola por el torso de mi polla y cuando llegó al final, con un movimiento rápido, se la metió en la boca, arrancándome un profundo gemido de placer. Movía su cabeza lentamente haciéndo que sonaran exageradamente sus lametazos, como si la saliba se le escapara por la comisura de sus carnosos labios, y eso elevaba enormemente el placer que me hacía sentir. De vez en cuando, se la sacaba por completo, dejándome ver como los fluidos de su boca brillaban a lo largo de mi piel, para después, mirarme fijamente y soltarme un: "¿te gusta?". Yo apenas podía abrir la boca para contestarle con un silbante y debil: "ssssiiii". Cuando le contestaba, de repente se la volvía a meter con una rápida y fuerte embestida que hacía que todos mis músculos se tensaran con un respingo.


Cuando dió por satisfecha su hambre, hizo que me sentara en la tumbona y abriendo sus piernas, se sentó en cuclillas encima mía. Su coño, tremendamente mojado y dilatado se ofrecía a pocos centimetros de mi polla. Así, se fué juntando y cuando el roce de nuestros sexos era evidente me dijo:

- Ahora me la metería, pero como has sido tan malo, solo me voy a restregar.

Mi cabeza apenas podía reaccionar porque aún no me había recuperado del "shock" que me había provocado su deliciosa boquita. Me limité a mirarla con ojos de cordero degollado y a asentir con la cabeza. Ella, agarró mi verga y la metió a lo largo de los hinchados labios de su coño. Pronto, sus abundantes fluidos se fundieron con los que ya mojaban mi polla. Entre besos, caricias y lametazos mutuos, nos dedicamos por un buen rato a rozarnos con fuerza y a explorar cada centímetro de nuestras pieles.

Lo que, cuando subimos a la azotea, era una inofensiva brisa, se había convertido en un vendaval que nos hacía sentir un poco incómodos. Conscientes de que estábamos en medio de la corriente de aire que se introducía en tierra desde alta mar, notábamos como nuestras pieles absorbían toda la humeda que aquel viento transportaba. Paramos unos segundos y Lara me pregunto:

- ¿Nos vamos a la habitación?
- Sí, más bien, que nos vamos a quedar tiesos aquí.
- Bueno, no creo que tú puedas ponerte más tieso de lo que estás.
- Jejeje.
- Anda, vamos...

Nos pusimos la ropa rápidamente por encima y así, a medio vestir, salimos de la azotea. El breve viaje del ascensor sirvió para que yo recuperase minimamente la compostura y aproveché aquel inesperado aporte de sangre a mi cerebro para espabilarme un poco. Hasta ese momento y, a pesar de que en determinados momentos intenté tomar la iniciativa, creo que estaba siendo un tanto sobrepasado por la situación. Entramos en mi habitación, que era la que estaba más cerca. La cama se encontraba aún húmeda de lo que había acontecido en ella unas horas atrás. Desnudé rapidamente a Lara, la besé apasionadamente y la tomé en mis brazos, posándola suavemente en la esquina de la cama. Una vez sentada, abrió sus piernas ofreciéndome su apetitoso sexo.

Aquellas cuatro paredes, se habían convertido en un lugar tórrido, que rezumaba sexo y deseo por los cuatro costado. Estábamos sumergidos en una sutil oscuridad tamizada por la luz de la farola de la esquina. La ventana abierta nos hacía escuchar los murmullos de las personas que iban y venían por la calle principal. Los coches pasaban de tanto en tanto y cuando lo hacía alguna moto, rompía bruscamente el débil rumor general de sonidos que flotaba en el ambiente.

Ahora estaba dispuesto a que la tortilla diese la vuelta. Bajé mi cabeza por el vientre de Lara, sacando la lengua a pasear por los poros de su piel que, debido al cambio de temperatura, comenzaban a sudar. Fuí hacia sus muslos y cuando los repasé cuidadosamente, subí por interior de uno de ellos. Así llegué a la altura de su clítoris, pero decidí comenzar a lamer sus labios, subiendo y bajando por los laterales. Lara gemía y resoplaba moviendo sus caderas de forma inverosímil. Al final hundí mi cabeza entre sus piernas y ella se enroscó sobre mi con sus muslos. Metía mi lengua en su agujero, para luego sacarla y dedicarme a su clítoris describiendo círculos a su alrededor. Lara, entre sollozo y sollozo me decía:

- ¡Así, así! No pares, comemé, comemé bien.

Acabó totalmente tumbada en las sabanas retorciéndose desde la cabeza a los pies y, después de afanarme en devorarla toda, sus movimientos se convirtieron en inmovilidad, clavando sus uñas en el colchón gritaba:

- ¡Ahhh! Ya me tienes, ya me tienes, ya....

Se corrió durante un buen rato con unos sonoros gritos que conferían más torridez a la escena y, cada vez que su culo se movía hacia arriba, mi cabeza se apretaba con fuerza contra su coño, relamiendo toda la humedad que salía de sus labios. Cuando por fin paró, subí por su pubis, su caderas, su ombligo y poco a poco llegué a sus pechos, chupándole los pezones como si intentara quedarme con ellos.

Lara calmó su respiración y cogiéndola por las manos hice que se pusiera de pie. La llevé a la ventana y dándole la vuelta le dije que se apoyara en el marco. Así, amparados por la oscuridad de la habitación, con su cabeza asomándo al viento, agarré sus caderas y le dije:

- Ahora de la voy a meter toda.

Ella giro su cabeza y contestó:

- Si, hazlo, hazlo ya.

Agarré mi polla y la dirigí a su coño, que asomaba apretado entre sus piernas y dejándome ver su delicioso culo en pompa. Restregue mi nabo por los labios de su sexo y, cuando la punta se lubricó lo suficiente, entre en ella hasta el fondo. Los dos gemimos a la vez y Lara volvió a girar su cabeza para clavarme la mirada, mientras jugaba con la punta de sus dedos y su lengua. Mis huevos llegaban a tocar los abiertos labios de su coño, empapándose de su humedad. La embestía despacio pero con fuerza y profundidad, así cuando tardaba un par de segundos en volver a metérsela hasta el fondo, era ella misma la que movía su culo y hacía que mi polla se hundiese del todo. Le acariciaba la espalda y, de vez en cuando, le agarraba los pechos y jugaba con sus pezones. Rendidos por completo el uno al otro, coloqué mis manos en su cintura y aumenté el ritmo de mis embestidas. Ambos jadeábamos cada vez con más fuerza y pronto estallé del todo y empezó a brotar la leche de mis huevos con evidentes latidos de mi polla y movimientos inconexos de mis caderas. Lara al notar estos latidos soltó varios agudos gemidos que, enseguida, se convirtieron en graves suspiros. Soltamos todo el deseo y todo el placer que levábamos dentro corriéndonos al unísono y nos quedamos exhaustos abrazados en la cama mientras nos mirábamos fijamente. Lara rompió el silencio y dijo:

- Anda, seguro que no olvidas facilmente esta noche.
- Pues no, no creo que la olvide.
- ¡Ya quisieran muchos que les pasase esto!
- Jejeje (respondí yo con cierto nerviosismo).- No hables de eso ahora, por favor.
- Si no pasa nada.
- Ya, pero aún me avergüenzo.
- Si, ya...y yo que me lo creo...

Tras un rato de conversación, los dos caimos irremediablemente dormidos. A las 7 de la mañana sonó el despertador. Yo un poco agobiado, me duché a toda prisa y, cuando estuve preparado, Lara me ayudó a bajar y a cargar mi equipaje en el coche. Nos depedimos con un largo beso y ella me dijo el clásico:

- Que tengas buen viaje y ten cuidadito.
- Gracias, sí, lo tendré.

Ya en el barco, roto por la falta de sueño, me senté en una butaca a ver la pelí que ponían en el salón. Mientras William Wallace hacía de las suyas frente a los invasores ingleses, yo repasaba mentalmente mi estancia en la isla y sobre todo mis últimas horas allí. A pesar del cansancio, creo que mi cara reflejaba un aire de complaciencia aquel día. Dándole vueltas al asunto pense, estas cosas pasan, como siempre, al final.

Con Elena hablé unas pocas veces a lo largo de los siguientes meses. Aunque regresé más veces por la isla, nunca volví a verla y lo último que supe de ella era que estaba a punto de casarse, ¡siii!, con aquel novio que tenía.

Ni de lejos fué aquel mi mejor encuentro sexual con Lara. Tuvimos muchas más ocasiones para disfrutar el uno del otro, pero como ella bien dijo, esa noche no se me olvidará.

martes, 6 de octubre de 2009

COMO SIEMPRE, TODO PARA EL FINAL (1ª PARTE)

Ese verano había estado trabajando unas semanas en una isla balear. La cosa transcurrió sin pena ni gloria. Alguna fiestecilla por aquí, y un poco de playa por allá cuando tenía ratos libres. Junto a un compañero, tenía algunas amistades en la isla y bueno, salíamos en pandilla, todos muy amigos y todos muy majos.

Sin saberlo, una de las chicas del grupo se había fijado en mi. Como suele ser habitual en los hombres, no me dí ni cuenta, quizás porque ella era del tipo de personas que pasaba más bien desapercibida.

Valiéndose de algún tipo de excusa, Elena consiguío la forma de hacerse con mi número de teléfono y me llamó. Yo extrañado respondí a aquella llamada sin saber quien era:

-Hola
- Hola ¿Sabes quien soy?
- Pues no.
- Soy Elena.
- ¡Ahhh! ¿Que tal?
- Bien. Te llamaba para saber de tí.
- Pues nada, aquí trabajando ¿y tú?
...

Así continuó la conversación. Al poco tiempo me dí cuenta de que estaba llamandome a escondidas de todo el mundo y de modo soterrado para saber mi opinión sobre la gente del grupo, concretamente sobre las chicas. La impresión que me dío era que la tía se había pillado conmigo e intentaba saber si me gustaba alguien de la pandilla o si estaba tonteando con alguna. Pudo darse cuenta de que sí, que andaba tirándole los trastos a una chica, pero ella no me hacía mucho caso.

Al cabo de unos días las llamadas de Elena se habían convertido en algo habitual. En las largas conversaciones que teniamos, se dedicaba a criticar encarnecidamente a las que, se supone, eran sus amigas del alma. Me percaté que con esa actitud quería influir en mi inconsciente y quitar de enmedio a todas las posibles rivales.

Al final acabamos quedando una noche los dos solos. Como nadie sabía nada de nuestra cita (luego me enteré de que ella tenía novio), después de recogerme en un lugar discreto con su deportivo último modelo, me llevó al otro extremo de la isla para asegurarse una cierta intimidad y que la posibilidad de coincidir con alguien conocido fuera mínima. Cenamos en la terraza de un restaurante, que estaba colgado literalmente de un pequeño acantilado sobre el que rompian las olas, un lugar francamente espectacular.

La cena resulto muy agradable, aunque la tónica de las conversaciones seguían por el mismo camino, osea, ella contándome los misterios y miserias de todas sus amigas. No obstante, todos tenemos un cierto espíritu cotilla en nuestro interior y, para que mentirnos, me estaba divirtiendo mientras ella las despellejaba sin piedad. Terminamos la velada sentados enfrente de una cala, comtemplando el cielo y el mar, y charlando de cosas más livianas. Me llevo hasta mi coche y nos despedimos con un inocente beso. Se puede decir que la cosa quedó en puntos suspensivos....

Faltaban tres días para que me fuera de la isla y esa tarde la tenía libre, así es que aproveché para dejarme caer por la piscina del hotel. Situada en la azotea del edificio, tenía una pequeña terraza donde los guiris aprovechaban para hartarse de cerveza hasta ponerse ciegos. Después de un chapuzón, cuando me dirigía a la tumbona, escuche una voz que me llamaba desde la barra. Era una chica finlandesa que se alojaba en el hotel y con la que había entablado cierta amistad. Me acerqué a saludarla y durante un rato charlamos sobre las cosas acaecidas los últimos días. Mientras yo me afanaba en destrozar a conciencia el idioma de Shakespeare, otra muchacha me observaba detenidamente sentada en una silla, un par de metros a mi izquierda. Llegado un momento me interrumpió y me dijo, oye, que bien se te da el inglés. Yo gire la cabeza sorprendido porque, primero, no pienso que se me dé nada bien y, segundo, pensaba que esa chica también era extrajera por su aspecto.

Era una chica entre rubia y pelirroja, de más de 1,70, con unos grandes ojos marrones y la piel más bien clara con algunas pequitas en los pómulos. Su nombre, Lara, y su procedencia: el centro de la península. No sé como, nos enrollamos a hablar y mi amiga finlandesa aburrida por la empatía que había entre los dos y sin enterarse de nada de lo que hablabamos, acabó por marcharse.

Al día siguiente cuando yo regresaba de trabajar, nos volvimos a encontrar "por casualidad" en la recepción. Ella estaba sentada en la terraza de la entrada con un pareo y la parte de arriba de un bikini amarillo que dejaba intuir sus deliciosas tetas y sus firmes pezones. El coche que me traía del trabajo me dejo en la esquina de la calle y venía muy acalorado con la pinta de pseudo-pijo que me obligaba a aparentar mi puesto de trabajo de entonces. Me paré enfrente de Lara y, mientras le decía "hola", le dedicaba una gran sonrisa a la que ella me correspondió.

Enseguida me invitó a sentarme con ella y tomarme una cerveza. Yo solté el maletín en la silla y me senté con un suspiro de alivio que quería decir: "al fin he terminado mi jornada". Me sentí bastante bien con su compañía y la invité a que cenara conmigo. Subí a mi habitación, me di una ducha y me vestí más acorde con mi forma de ser.

Al encontrarnos en la recepción ella dijo:

- Buf, que cambio, no pareces la misma persona.
- Sí, bueno, las pintas que traía son "exigencias del guión".
- ¿A donde vamos?
- No sé, vamos a caminar un poco por esta calle y nos sentamos en alguna terraza. ¡Sí será por restaurantes!

Así lo hicimos y cenamos en un sitio cerca del hotel donde un fresquito vino rosado nos ayudó a encontrarnos más agusto aún. Me contó que había salido de una larga y tortuosa relación hacía unos meses y que ese verano había decidido venirse sola de vacaciones a la isla. Lo pasamos genial, nos reimos mucho y contamos un montón de anecdotas y batallitas. Después de la cena, me retiré al hotel porque estaba francamente agotado de una día interminable y ella se bajó a dar un garbeo por el paseo marítimo.

Era mi último día en la isla y cuando por la mañana iba al trabajo no tenía ni puñetera idea de las cosas que iban a suceder durante las siguientes horas...

A media mañana recibí la llamada de Elena. Parece que, al ver que me marchaba de allí, no quería dejarme escapar sin pegarse un polvo conmigo. Después de andar mareándome durante semanas, cuando me llamó esa mañana, empezó a hacerme insinuaciones, en las que me preparaba para lo que podía suceder esa noche.

Un poco más tarde de las ocho de la tarde, después de otro día liadísimo, llegué al hotel. Subí directamente a la piscina donde sabía que estaba Lara, ya que le tenía que dar una cosa de mi trabajo que el día anterior le prometí que le conseguiría. Allí estaba ella, en top less, apurando los últimos rayos de sol de la tarde. Se levantó y se cubrió pudorosamente los pechos con un pareo. Perdimos la noción del tiempo mientras hablábamos y me daba las gracias una y otra vez por lo que le había entregado. Me dí cuenta de que se me hacía tarde, pero la verdad es que me costaba separarme de su lado. Al final le dije:

- Lara, tengo que marcharme, que he quedado.
- ¡Vaya! Que pena, me gusta mucho tu compañía.
- Ya, pero tengo que ducharme y cambiarme.
- Bueno ¿me puedo tomar una cerveza en tu habitación mientras te duchas?
- Sssss, esto sí, claro, co... como no. (contesté sorprendido)

Bajamos a mi habitación. Yo ya tenía hechas las maletas, porque al día siguiente tendría que cargar el coche y coger el barco a eso de las 8. Le dí una cerveza del mueble bar y me metí en la ducha. Cuando salí de ella, me puse unos boxer y abrí la puerta del baño para poder hablar con ella mientras me terminaba de preparar. Enseguida ella se asomó por el marco de la puerta y yo la pude ver a través del espejo. Cuando me giré para salir, se acerco a mi, me agarró el culo y apretándome contra ella, acercó su cara a la mía y me susurró al oido:

- Anda, que pena que te tengas que ir, sino te iba a hacer un buen favor.
- ¿Ah sí?
- ¡Siii!
- Ya, lo siento pero, de verdad, ya llego tarde.
- Bueno, si no terminas muy tarde con esa chica, llamamé.
- ¿Como sabes que es una chica?
- Hombre, si fuese un amigo, seguro que no te importaría tanto llegar tarde.
- Buf, que cabrona, ¡como te has dado cuenta!

Así, pegada a mi y clavandome la mirada de sus grandes ojos siguió:

- Te lo digo en serio, si no terminas muy tarde, llamamé. Yo estaré aquí en el hotel.
- ¿De verdad?
- Si, llamamé.

Yo no salía de mi asombro. No había ligado nada en todo el tiempo que había estado allí y ahora, precisamente el último día, tenía dos oportunidades más que claras. Lo cierto es que la decidida insinuación de Lara me había removido los cimientos pero, recobré el aliento, y bajé a cenar con Elena a un restaurante del paseo marítimo. Lo cierto que cenamos a toda prisa y hablamos con bastante franqueza. Estabamos deseando acostarnos, así es que ni siquiera pedimos postre.

Elena medía en torno al 1,60, su pelo era castaño, ojos marrones oscuros y un cuerpo muy bien propocionado. Era muy elegante vistiendo y su forma de comportarse en general era la de una niña "bien" de buena familia.

Subimos a toda prisa a mi hotel. Ya en la habitación, comenzamos a devorarnos a besos y a desnudarnos el uno al otro de una forma un tanto salvaje, con la impaciencia de la inminencia de disfrutar algo largamente deseado. Una vez ella se había quedado en braguitas la agarré por sus muslos y la subí en volandas encima de una mesa mientras continuábamos besábamos con mucha pasión. Le separé las piernas con mis manos, me arrodille y, apartándole delicadamente las bragas, hundí mi cara en su mojado coño. Me quedé ahí saboreándolo durante un buen rato mientras ella daba gemidos y se retorcía a cada maniobra de mi lengua. Se corrió agarrándome la nuca y aprentándo aún más mi cabeza contra su entrepierna.

Después de eso nos dirigimos dando tropicones a la cama. Allí Elena me agarró la polla y comenzó a jugar con su lengua. Yo no podía dejar de observar la escena y clavaba mis ojos en los suyos, que desprendían vicio y deseo. Cuando consideró que mi polla estaba más que preparada, subió y se fué hundiendo encima de ella. Su sexo pequeñito y mojado se metía mi polla muy despacio. Lo que al principio eran movimientos lentos, pronto se convertieron en fuertes vaivenes de su culo que subía y bajaba cada vez con más fuerza. Cuando estaba retorciéndose como una posesa, la cogí fuerte por las caderas y me la quité de encima con un brusco movimiento. La puse encima de la cama y ella abrió sus piernas ofreciéndome su coño. La penetré con mucha fuerza y los dos soltamos un gran gemido de placer. Así, entre besos, caricias y miradas de vicio, follamos un buen rato hasta que, primero ella y después yo (casi enseguida) nos corrimos brutalmente, fundiendo nuestro sollozos en uno solo.

Exhaustos, nuestros sudorosos cuerpos yacían encima de la cama, con las respiraciones aceleradas por el esfuerzo. La verdad es que lo pasamos bastante bien. Cuando le hice la típica pregunta de ¿qué tal?, ella me contestó con un inquietante: "tan bueno como para echarte de menos". Eso me dejó perplejo y pensativo pero, a la vez, me sentí muy halagado..

Eran la casi la 1 de la noche cuando Elena salía de mi habitación con su típico andar decidido. Nos despedimos con un simple "adios" porque los dos sabíamos que era muy improbable que nos volviesemos a ver, al menos de forma inmediata.

Ya solo, me metí en la ducha para refrescarme y al salir, casí como por un acto reflejo, cogí el teléfono y le envíe un somero mensaje a Lara: "¿Qué tal?". Un minuto después sonaba mi teléfono, era ella.......

(CONTINUARÁ)

viernes, 2 de octubre de 2009

HASTA DONDE NO QUERÍAMOS LLEGAR

Después de algunos años de relación, la monotonía se había impuesto. Necesitabamos algo nuevo, excitante y diferente. Una tarde de junio, mientras estabamos en la cama, le conté una fantasía que me rondaba la cabeza. Se trataba de montárnoslo mientras alguien nos viera. Era una propuesta morbosa y, aunque ella en un primer momento no mostró mucho interés, la cosa fué tomando forma.

Tras varias semana hablando de ello, decidimos que lo mejor para intentar llevar a cabo esta fantasía era ir a un club liberal, donde, a pesar del ambiente tórrido, por lo que nos habíamos informado existía un respeto hacia los demás y nadie hacía nada que no quisiese.

Ni que decir tiene que la noche que nos decidimos a ir estabamos bastante nerviosos y, aunque teniamos complicidad, era todo un misterio como ibamos a reaccionar ante esa nueva situación. Llegamos al local, un sitio oscuro y discreto en una calle no muy transitada. Una chica que hacía de camarera y de relaciones públicas nos atendió con mucha amabilidad, nos enseño todas las instalaciones y nos contó las normas que, aunque no estaban escritas, todo el mundo respetaba en este ambiente.

Era pronto y aun no había llegado casi gente, por lo que aprovechamos para pedir una copa y darnos varias vueltas por el pub, que parecía más bien un laberinto con tantos pequeños compartimentos. Transcurrido un rato, pudimos observar de primera mano como varias parejas se lo hacían en los sitios más tranquilitos. Una sensación rara recorría nuestros cuerpos. Una mezcla de excitación, vergüenza y miradas tímidas entre el uno y el otro, buscando señales que indicasen que estabamos a gusto.

Para bajar un poco los efectos de esas sensaciones tan extrañas, decidimos ir a una de las barras más apartadas para tomarnos una copa. De camino hacía allí, yo entré en el aseo un momento. Al salir, me encontré a un chico hablando con ella. Casi al momento, apareció la pareja y, no se sabe muy bien como, en cinco minutos, estabamos los cuatro sentados en aquella barra hablando animadamente. Se llamaban Paco y Esther. Pudimos comprobar que eran gente normal, como cualquier otra persona. No había cosas raras que, habiendo prejuzgado prematuramente a la gente que acude a estos sitios, pensabamos que nos ibamos a encontrar.

Durante una hora charlamos de todo un poco, contándonos las mismas cosas que se contaría a cualquier pareja de amigos. La otra pareja eran muy atractivos, rondaban los cuarenta, pero muy bien llevados; no resultaban nada estridentes. Transcurrido ese tiempo se empezó a hablar de los motivos por los que estabamos allí. Mientras que contabamos nuestra fantasía y lo que queriamos hacer para realizarla, Paco y Esther comentaban que eran veteranos en este tipo de sitios, que al principio tuvieron algunas experiencias no muy buenas pero que, teniendo claro lo que se quería y poniendose límites todo iba bien.

Al poco nos estaban proponiendo que nos uniésemos a ellos en una habitación. La verdad es que a mi me excitaba mucho la idea, pero ella dijo que de momento no, así es que volvimos a pasear por el pub sin una dirección clara. Pasada una media hora vimos a Paco y Esther sentados hablando con otra pareja y nos sentamos con ellos. Ya estaban hablando de cosas subidas de tono y ,en cuanto nos quisimos dar cuenta, Esther y el chico de la otra pareja se fueron a bailar los dos solitos. Mientras, Paco le comentaba a la chica lo cachonda que es Esther y lo caliente que se iba a poner su marido con ella. Ambos desprendían deseo y acaloramiento y eso, se podía notar en el ambiente.

Rapidamente Esther y su acompañante regresaron, él, un tanto despeinado y con una evidente erección entre sus piernas. Esther le dijo a Paco: "nosotros nos vamos a una habitación ¿qué hacéis vosotros?". Él contestó: "si cariño, nos vamos con vosotros". Esther nos miró y nos dijo: "venga chicos, animaros". Sin casi mediar palabra, nos levantamos y los seguimos.

Ellos cuatro ya estaban casi desnudos encima de una cama redonda donde se entrelazaban unos con otros. Nosotros estábamos en un pequeño sillón a un metro y medio, ya que lo único que pretendíamos era ver y ser vistos. Estabamos desnudos casi por completo y me sorprendía ver como ella giraba constantemente la cabeza hacia donde estaba ese torrido cuarteto de viciosos.
Ella disfrutaba mientras yo acariciaba lentamente su clítoris y movía sus caderas con evidente excitación. Mi polla estaba muy tiesa y soltando humedad a cada meneo de su mano, tenía una sensación de deseo totalmente indescriptible.

Transcurridos unos minutos, Paco nos miró y nos dijo: "eh, venir aquí con nosotros, que estáis muy incomodos ahí". Después de mirarnos mutuamente y de asentir con la cabeza, nos metimos en medio de las dos parejas. Todo comenzo con ligeros roces y caricias. Yo me afanaba porque mis manos llegasen a las tetas de Esther, que se me antojaban totalmente deliciosas; mientras Paco ya tenía sus manos en el culo de ella. La otra pareja estaba un tanto distanciada a nuestra izquierda, pero llegado el momento, ella vino gateando a cuatro patas y me agarró la polla con las dos manos, lo que me hizo soltar un gemido grave y profundo. Me miró fijamente a los ojos y, sin apartar la mirada, se la metió en la boca muy, muy despacio. Mi acompañante, con un arrebato del sentido de posesión le dijo: "¡oye! ¡solo tocar!", con lo cual dejé de sentir como aquella boquita viciosa me devoraba.

Paco se afanó por acariciar cuidadosamente el coño de ella, mientras su culo en pompa hacía movimientos circulares mezcla de excitación y placer. Esther me tocaba la cadera con la puntas de sus dedos y a veces rozaba mis huevos y mi polla, que parecía a punto de estallar. Finalmente mi acompañante, con el coño completamente empapado se subió encima mía y se metió sin dificultad ninguna mi erección hasta que su clítoris llegó a tocar mi pubis. Mientras Paco penetró a Esther a cuatro patas mientras que ambos soltaban un sonoro gemido de placer.

Mirándolos detenidamente ví las caras de vicio que ponían los dos, con los ojos medio cerrados y las bocas entreabiertas. La otra pareja se dedicaba a manosearnos de arriba a abajo ayudandonos a sentirnos aún más calientes de lo que ya estábamos. Un poco después, él comenzó a follarse a su chica a cuatro patas, con lo que su cabeza y la de Esther estaban prácticamente encima de mi pecho y las dos aprovechaban para darme besos y pequeños mordicos en los pezones. Mi acompañante se corrió de forma brutal durante un buen rato, manteniendo el movimiento de su culo de forma lenta y con pequeños espasmos que iban directamente a sus labios y su clítoris y que mi polla sentía como embestidas.

Cuando ya dejó de gemir, se la sacó y poniéndose a cuatro patas, comenzo a lamerme, secando sus propios flujos que chorreaban a lo largo de mi erección, de la que se hizo dueña y señora, compartiendo con Esther y con la otra chica algunos centímetros de ella, dejándoles acariciarla y agarrarla cuando ella apartaba su boca. De esta manera, entre las tres lograrón que descargará la leche que llevaba dentro, entre gemidos y movimientos bruscos de mis caderas.

En ese momento, parece que todos los que intervenían en la escena se excitaron aún más y así Paco y el otro chico aumentaron el ritmo de sus embestidas y ellas, agarrándose fuertemente a mis brazos, sacudían sus cabezas de modo enloquecido. Al cabo de un par de minutos los cuatro llegaron al climax casi al mismo tiempo, mientras mi acompañante y yo observabamos la escena con cara de vicio total. Cuando Paco comenzo a correrse dentro del coño de Esther, ella enloqueció por completo y tuvo un fuerte orgasmo retorciéndose de placer encima de mi abdomen, llenándose de mi leche los pechos, la cara y el pelo, mientras la otra chica se abrazaba a mi otro hombro con fuerza y gritaba, ¡joder! ¡joder! ¡joder!

Después de esta experiencia, reflexionamos y dijimos, ha sido "hasta donde no queríamos llegar".